Le digo que para los que tenemos una edad y somos de pueblo, estos trozos de piedra nos fueron muy familiares. Algunos dicen que su valor estético-histórico-sentimental es tanto o más que el de los toros de Osborne, y yo estoy de acuerdo. Ahora han sido sustituidos por placas metálicas, y qué quieres que te diga, no es lo mismo. Estos hitos, Kipling, jalonaban las carreteras —nacionales, comarcales y locales— y solían indicar o bien los puntos kilométricos o bien las carreteras. Según la época y la zona, eran bloques de granito o de hormigón —este, le digo, es de granito, de los buenos— y tenían forma de forma prisma rematado con una cúpula esférica. En general, estaban pintados de blanco, con indicativo en rojo para las carreteras nacionales, en verde para las comarcales —el nuestro— y en amarillo para las locales.
También los había algunos de color azul en rutas de competencia provincial, pero eran los menos. Los mojones podían ser hitos kilométricos, pero también miriamétricos (cada diez kilómetros), un recuerdo si quiere verse así medida de las piedras miliares con las que los romanos jalonaban cada milla de sus calzadas.
El plan Peña
A pesar del suelo húmedo, Kipling se tumba a lo largo y apoya su cabeza sobre las patas extendidas. Sabe que el relato se alarga. Le digo que al comienzo del año 38, todavía en plena guerra civil, el entonces general Franco nombró al ingeniero Alfonso Peña Boeuf ministro de Obras Públicas con, entre otras misiones, diseñar un plan nacional que permitiera, al final de la guerra, reparar los destrozos de la red viaria.
El 11 de abril de 1939 vio la luz el decreto que aprobaba el nuevo Plan General de Carreteras. En él se establecían actuaciones a corto (plan inmediato) y a medio y largo plazo (plan complementario) en función de la existencia de materiales y equipo. Con el nuevo plan, las carreteras comenzaron a llamarse nacionales, comarcales y locales, al tiempo que se establecía un nuevo sistema de designación a través de números de tres cifras. El presupuesto para el plan de acción inmediata se fijó en 1.200 millones de pesetas, mientras que el complementario supondrían una inversión de 2.130 millones de pesetas.
El ministro de Obras Públicas se basó en realidad en otro proyecto muy anterior, el de Bernardo de Ward, ideado en 1762 y publicado en 1779, un proyecto que había sido encargado previamente por el Rey Fernando VI.
El Plan Peña definía que desde Madrid partirían seis carreteras principales que permitirían cruzar España con destino a Irún (1), Barcelona (2), Valencia (3), Cádiz, pasando por Sevilla (4); Portugal, pasando por Badajoz (5); y A Coruña (6). A estos seis caminos se les asigna un número del 1 al 6, quedando determinado de la N-I a la N-VI. Para la segunda cifra, del 0 al 5, se trazan radios desde Madrid. La tercera cifra indica si el camino va hacia Madrid o es de circunvalación, de forma que un número par indica si la vía es transversal e impar si es radial.
Cuando Alfonso Peña abandonó el Ministerio en 1945 el ambicioso plan apenas si había llevado a cabo una mínima parte de su contenido, pero sí supuso al menos la estandarización de todos los elementos de las carreteras: balizas, señales y sistemas de contención que se utilizarían durante los años siguientes. Entre ellos, nuestro querido mojón.
Según las instrucciones del plan, los postes kilométricos, que así es como se les denominaba, debían tener una altura en su prisma recto de 80 centímetros, y el lado de la base triangular, sesenta, «quedando reducido a 50 después de biselado». Estos, a diferencia de los miriamétricos, que eran diez centímetros más altos, no llevaban reflector para ser más visibles en la oscuridad.
Poco se sabe del proceso de fabricación, manipulación y transporte, aunque la mayoría fueron cincelados a mano. Tampoco de quién estaba encargado de su mantenimiento y su conservación, aunque es muy posible que fuera una tarea encomendada al cuerpo de peones camineros.
Cementerio de mojones
Sea como sea, durante cuarenta años estos faros graníticos nos han servido de guía de navegación por nuestras carreteras. Sin embargo, con la modernidad, han sido relegados al olvido. El proceso de sustitución no fue inmediato, sino que se hizo de forma progresiva a partir de la década de los ochenta. Hoy apenas se conservan unos pocos. Muchos han sido víctima del pillaje y la reventa en Internet, otros, sin embargo, acaban abandonados en medio de la nada.
Aquí mismo en el municipio podemos encontrar un buen número de ellos, tirados como basura sin que nadie les encuentre una utilidad. Un auténtico cementerio de mojones. Quizá, y solo quizá, le digo a Kipling, alguien con cierta altura de miras y un mínimo de sensibilidad podría ubicarlos en nuestros parques y jardines, en justo pago al servicio que desempeñaron.
Kipling me mira y gruñe. Le digo que ya, que esto no reporta votos ni fotografías, pero al menos podrían hacer como el Ministerio de Fomento, que conserva un número indeterminado de estos hitos en los centros de conservación de carreteras. En su edificio de Nuevos Ministerios hay un pequeño museo exterior con la evolución de los mojones kilométricos. No es mucho, pero menos da una piedra (o un mojón).
Desconozco de quién es competencia su conservación. No sé si es de Fomento, de la Comunidad de Madrid o del propio Ayuntamiento, pero sea de quien sea, y viendo cómo los conservan en otros municipios más sensibles en apariencia a su legado histórico (véanse los mojones de Pozuelo de Alarcón), creo que Villanueva de la Cañada puede permitirse adecentarlo con una manita de pintura de vez en cuando. Es solo una cuestión de voluntad. Y un ejercicio de responsabilidad con nuestro patrimonio.
Fuente: Carreteras históricas /La Voz de Galicia/En la carretera II
Soy nuevo , así que no sé si ya habeis hablado de esto. Me he fijado muchas veces en el mojón, es curioso que siga ahí
En la guerra civil, sirvió de guía para las muchas tropas que huían de Brunete , de una batalla tremenda ; la única forma de cruzar Villanueva era atravesándola , como indica el mojón.
Un dato más: por ahí pasó Gerda Taro, fotógrafa y novia de Robert Capa , agarrada a un coche que huía de la batalla.
Un poco más adelante , entre la rotonda de entrada al pueblo( que no existía ) y la siguiente ,un tanque republicano que huía , frenético, de un caza de Franco , aplastó el coche y a la pobre Gerda .
Hola, Enrique, gracias por su comentario. Sí, el tema de Gerda Taro es recurrente en esta población. No está del todo claro el lugar concreto de su muerte, aunque algunas fuentes señalan que la caída del vehículo y su posterior atropello por el tanque podría haber tenido lugar justo donde se suele colocar el árbol de Navidad. Desde aquí he intentado alentar que se utilice su figura para promover actividades culturales y/o periodísticas (jornadas, charlas…) como, por ejemplo, los premios de Periodismo y Fotoperiodismo ´Gerda Taro´ por la igualdad de género que organiza la Asociación de la Prensa de Guadalajara con el patrocinio de la Junta de Castilla-La Mancha. Hasta el momento, sin éxito. Y eso que tenemos el privilegio de contar con un personaje de talla mundial (al menos entre los que nos dedicamos a esto del periodismo).