Óscar Navarro había ganado premios en Hollywood, pero nunca antes había recibido una llamada de la Casa Real. Podría haberme dicho que no le impresionaba, a él, un tipo que pese a su juventud está curtido en escenarios de medio mundo, pero mentiría. Le impresionó, y mucho. No solo por las formas. La llamada de un capitán de la Banda Real. La extraña invitación a un evento en El Pardo con el que poco o nada tenía que ver. La despedía de coronel Armando Bernabéu, director entonces de la Banda Real, al que conocía de tiempo atrás.. El cóctel de después. La sensación incómoda de qué carajo hago yo aquí. Un psss, acérquese, hombre. Un corrillo de comandantes, coroneles, tenientes coroneles, generales. La primera impresión de los uniformes de gala, con sus medallas y sus condecoraciones. Las sonrisas educadas, marciales y condescendientes de rostros desconocidos. La sensación de estar en el centro de una trama de la que todos conocen el final excepto él. Y, por fin, la sorpresa.
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