¿Qué hacemos con el kiosco de prensa?

En este mi primer paseo con "Kipling" nos topamos con el antiguo kiosco de prensa, una estructura bella, abandonada y verde. Uno que es periodista y tiene cierta sensibilidad, solo puede lamentar su estado, metáfora del devenir de una profesión. El Ayuntamiento se plantea incluso desmantelarlo, pero me pregunto si tiene futuro. ¿Lo tiene? Algunos casos de éxito nos dicen que sí. Un reportaje en dos partes.

Empezar

Kipling, que es un perro pero no es tonto, percibe al instante mi estado de ánimo. Como es muy educado y de poco hablar, no pregunta, pero sus ojos espantados como de rana amazónica son todo orejas. Le advierto que la historia que le voy a contar no es alegre ni divertida, aunque como me conoce, sabe que mis relatos llegan siempre sazonados de esperanza.

Para empezar le pongo al corriente de la situación. Le digo que el pasado 5 de octubre se celebró en la Comunidad de Madrid el Día del Vendedor de Prensa. Le aclaro que no sé si había mucho que celebrar, porque solo en Madrid capital, desde que el Gobierno decretó el primer estado de alarma el 14 de marzo de 2020 hasta el mes de octubre del mismo año, 32 kioscos y locales de prensa cerraron sus puertas.

En un gesto muy suyo, Kipling ladea la cabeza, como incrédulo, y yo, que me hago el ofendido, le digo que no exagero, que son datos de la Asociación de Vendedores de Prensa de la Comunidad de Madrid (AVECOMA). Y para apuntalar aún más mi afirmación, le añado otro dato: de los alrededor de mil kioscos que solía tener Madrid, solo quedan 350. Claro que 350 es mejor que ninguno, que es lo que hay en Villanueva de la Cañada, al margen, por supuesto, de los puntos de venta de superficies y gasolineras. Pero eso es otra cosa.

Kiosco de Villanueva de la Cañada. Imagen tomada con un iPhone X.

Tres en raya

El panorama, se mire por donde se mire y se hable con quien se hable —le digo a Kipling con gesto serio— es desolador. Le recuerdo que el pasado mes de enero, en informaciones facilitadas por la agencia Europa Press —hago hincapié en la fidelidad de la fuente para minar su incredulidad—, la Agrupación Nacional de Vendedores de Publicaciones (ANVP) avanzaba un dato apocalíptico: el sector no vivía una crisis, sino tres. Sucesivas, radicales y esperadas. Primero la del papel en el sector de la prensa, que fue un aviso a navegantes. Después, en 2008, la financiera, absolutamente devastadora. Y ahora, la derivada de la pandemia. Y eso —le aclaro— que los kioscos pudieron abrir durante el confinamiento al considerarse la prensa como producto esencial.

Kipling asiente como si supiera, y en verdad sabe, porque es un perro con buena memoria y fue testigo de ello.

La facturación de los kioscos —continúo— cayó por término medio un 50%, y aunque se han incorporado nuevos productos más allá de su actividad natural, el negocio no remonta. Si en 2012 la comercialización de periódicos y revistas suponía el 90% de los ingresos del sector, en 2021 no llega al 50%, según datos de la propia ANVP. El cambio de los hábitos de consumo es una realidad inexorable. Para todos.

Si en 2012 la comercialización de periódicos y revistas suponía el 90% de los ingresos del sector, en 2021 no llega al 50%

Y es que las dificultades que atraviesan los kioscos, si bien heredadas en gran parte por la crisis editorial y de proveedores, como señaló la Asociación de Vendedores Profesionales de Prensa de Madrid (AVPPM) en unas jornadas celebradas en el mes de marzo, tiene también raíces propias que van más allá de la debilidad creciente de la infraestructura de distribución.

Dos de ellas, quizá las más llamativas, son su estética y su funcionalidad. Los modelos de kioscos más recientes tienen al menos 20 años de antigüedad, lo que dificulta la entrada de nuevos productos y su adaptación a las nuevas tecnologías, formas de exposición, de publicidad e, incluso, de autoabastecimiento energético.

A ello se suman, además, la elevada edad de los lectores y la incapacidad para atraer clientes jóvenes, obnubilados como están con las nuevas tecnologías; las obsoletas ordenanzas municipales, pensadas para legislar en otra época; y sí, por qué no decirlo, el limitado cuando no inexistente acceso de los kiosqueros a las tecnologías, lo que les aleja aún más de sus potenciales nuevos clientes.

Kipling, que es de mucho reflexionar, me ha escuchado paciente sentado sobre sus patas traseras. Entiendo que para aclararse las ideas, decide darse una vuelta alrededor del kiosco. Olfatea aquí y allá con interés especial, y sin aviso previo, levanta su pata derecha trasera en un movimiento mecánico, natural y censurable que evito in extremis con un sutil tirón de correa. Él me mira sin entender, y yo le digo que ahí no, joder, que el kiosco es verde pero no es un árbol sino una institución a preservar.

O eso creía yo, porque mi conversación con el alcalde D. Luis Partida me deja intranquilo. Nos hemos citado en el Ayuntamiento, y nos acompaña Ana Belén Cano, jefa de prensa. Mi intención era darle a conocer YOURHOMETOWN (o al menos intentarlo, porque no paso de colocar una frase aquí y otra allá), mi proyecto de periodismo local, y de paso preguntarle por la situación oficial del kiosco porque llevo un tiempo barruntando una idea, pionera, diferente y radical, que aun siendo mía, me parece genial.

Don Luis, que lleva desde 1979 como alcalde de la localidad y tiene buena memoria, no elude la cuestión. Me cuenta que en su día el kiosco fue cedido a un matrimonio de la localidad —la familia Villena— y que, jubilados estos, volvió a ser propiedad municipal justo antes del comienzo de la pandemia.

Me cuenta también que lo construyó una empresa de Valladolid ya desaparecida, y que al no contar con repuestos para su maltrecha estructura, la restauración implicaría más costes que hacer uno nuevo. Añade también que está pensando quitarlo y que, además, “es feo”. Yo le digo que no comparto esta última opinión, más bien al contrario, que me parece una joyita urbanística digna de rascarse los bolsillos. Pero para gustos… Y pienso que mientras deciden qué hacer con él, una manita de pintura lo adecentaría bastante, y que quizá una campaña ciudadana en favor de su conservación paralizaría su derribo.

Por último, le pregunto a don Luis por la ordenanza municipal que regula su uso y que data —aunque no me queda muy claro— de 1985. Le digo si podría adaptarse para dar cabida a nuevos usos y él me contesta que sí. Y yo me alegro.

Pero no termino de verlo convencido. Como baraja ya la idea de crear otros kioscos “de madera” en algunas zonas verdes, me temo que este, en plena plaza, es un engorro. A mí eso me entristece, porque a aquellos se les puede llamar kioscos pero no lo son. No de prensa, al menos.

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