Marco no esconde la realidad. A día de hoy, está solo. «El Bote Amarillo» empieza y acaba en él. Por eso, antes de perderse en los vericuetos de levantar un negocio, quiere comprobar si «el proyecto» es, si no viable, al menos ilusionante.
—El reciclaje no es mi pasión, no me quiero dedicar a esto el resto de mi vida. Tampoco hay un ánimo lucrativo. Si llega bien, pero no es el objetivo. Quiero practicar. Es un proyecto fácil y necesito aprender, empezar algo por mi cuenta, probar, estamparme con cosas. Avanzar.
«El proyecto». Así lo llama. Y me avanza cómo lo ha ido haciendo realidad:
—Empecé a modo de prueba en mi calle, puerta a puerta. Me abrían y contaba la historia. También aprovechaba para divulgar y concienciar. Esa fue la primera vez. La segunda mandé una carta explicando el proyecto, puse un recordatorio e hice un sorteo donde regalaba un aperitivo en Costimar. Nadie se interesó, la verdad. Creo que las personas que participaron ya reciclaban, pero les molaba la idea. La tercera vez empecé a pedir datos. Explicaba que repartir octavillas suponía tiempo y dinero, además de ser poco sostenible. Todos los que participaron me dieron su mail o su teléfono.
De la idea inicial Marco pasa a esbozar con trazos gruesos el embrión de su modelo de negocio, que lo tiene. Porque su obsesión es hacer de esta actividad una acción sostenible.
—Pensé tirar de subvenciones, pero lo descarté. Luego quise vender un bote bonito a la gente y ofrecerles un servicio de recogida. Ellos pagarían el bote a cambio de un año de servicio. De ahí saldría algo de beneficio para financiar los siguientes pasos del proyecto. El aceite, además, se vendería.
Y se vendió. La última campaña recogió 150 litros. Lo llevó a un centro de recogida en Humanes. Le pagaron 40 €.
Al preguntarle cómo veían los vecinos que se lucrase con la venta, tengo que alzar la voz. El volumen de la música está demasiado alto. Marco Méndez no rehúye la cuestión.
—No les molestaba en absoluto. Al revés, les parecía que así debía ser, no pensaban que fuera algo malo. No voy de ecologista. Si saco pasta haciendo un bien común, pues perfecto, esa es la idea. Es más, ese es el planteamiento: atajar los problemas de forma económicamente viable. Hay que buscar el factor negocio para enfrentar los problemas reales.
E insiste en que la idea que sustenta «el proyecto» no es, en principio, la rentabilidad.
—No es rentable. Para serlo tendría que conseguir una licencia del Ayuntamiento y poner seis contenedores de recogida por el pueblo. Mi papel podría ser el de intermediario entre la empresa de reciclaje y el Ayuntamiento, gestionándolo todo. Pero esto no se parece a mi idea original. Yo quería recogerlo a domicilio, hablar con la gente, crear comunidad. Ir más allá es perder la esencia de lo que quería hacer.
Entre las muchas opciones que barajó, también estaba la posibilidad de hacer una suscripción, una especie de membresía.
—Pensé que con el aceite recogido podría hacer jabón, y a cambio de una suscripción, entregaría un paquetito de jabones cada dos meses. Pero eso suponía tener una infraestructura que entonces no tenía y ahora tampoco. Hacerlo para ti es una cosa, pero hacerlo para un grupo amplio de gente es más complicado.
No son muchos los vecinos que conocen la iniciativa «El Bote amarillo». Marco no la ha querido «mover» en redes sociales. Me confiesa que es un proyecto que avanza a trompicones. Al recoger el aceite cada dos meses, solo se preocupa cuando la fecha se acerca. Entonces aparca todo lo que tiene entre manos y se ocupa de ello. Por eso no lo da a conocer con profundidad. Pero no descarta incluirlo en los foros de Villanueva de la Cañada y en la revista municipal.
Me parece un proyecto interesante. Sé que el aceite usado es un producto complicado de reciclar, tal como ha explicado Marco. Personalmente, he estado acumulando aceite usado porque aprendí a hacer jabón para lavar, siguiendo la tradición de mi abuela. Esta experiencia me llevó a crear jabones cosméticos (con otros aceites, por supuesto) mientras trabajaba, ya que siempre he disfrutado mucho de experimentar y aprender.
Inicialmente, pensé en desarrollar un proyecto de jabones, pero me he dado cuenta de que requiere muchos requisitos para poder comercializarlo, y a menudo me siento sola en este tipo de aventuras. En contraste, Marco cuenta con el apoyo de su familia para emprender, algo que a mí me falta.
Actualmente, me dedico al arte y tengo una gran cantidad de ideas en mente. No sé bien por qué comparto esto, pero el hecho es que tengo un montón de aceite usado listo para reciclar, y el artículo me ha resonado profundamente. Creo que este proyecto merece más apoyo por parte del municipio y también mayor visibilidad para que más personas lo conozcan y se sumen a esta iniciativa.