Van un jardinero, un ama de casa y una trabajadora de comedor escolar… Podría ser el inicio de un chiste ochentero, pero no lo es. De hecho, si lo fuera, no tendría gracia. Porque ese jardinero, esa ama de casa y esa trabajadora se toman muy en serio lo que hacen. Tanto como para dedicar las tardes enteras de sus días festivos. Tanto como para que algunos maridos se quejen de no ver a sus mujeres. Tanto como para convertir lo que comenzó siendo una idea atrevida en una actividad familiar en la que participan juntos padres e hijos.
El jardinero se llama Rafa; el ama de casa, Lola; y la trabajadora del comedor escolar, Conchi. Los tres, junto a un policía municipal, una enfermera, un ingeniero de Caminos, una abogada, una maestra, una cajera de banco… y así hasta 15 personas más, forman Up’s!, la asociación de teatro musical amateur de Villanueva de la Cañada.
He quedado con ellos por recomendación de una buena amiga. Es martes. Son las 18:30 horas y a pesar de ser octubre hace una tarde primaveral. “Solo se me ocurre Amador”, me dice Rafa cuando le pido que elija un sitio donde quedar. Yo había propuesto el Crumble, pero la cafetería —una de mis debilidades— cierra los martes. Igual que Amador. Igual que la mayoría de los restaurantes del municipio. Nos salva La Abulense. O eso creíamos, porque el ruido de su terraza hace imposible grabar la conversación.
—“Vamos a la academia” — propone Sally.
Sally es Sally O’Neill, la directora de la Academia y Centro Superior de Danza y Artes Escénicas Sally O’Neill, que también nos acompaña. Alta, rubia e inglesa, tiene toda una vida de coreógrafa en TVE a sus espaldas. La academia está situada en la calle Jacinto Benavente. He pasado frente a ella decenas de veces, pero nunca antes había atravesado su puerta de cristal traslúcido.
Un pasillo largo. Una mesa de recepción. La sonrisa de la chica que hace las veces de recepcionista. Al final, una sala elevada donde nos ubicamos. Por unos instantes. No hay cobertura. Y sin ella no puedo conectar el AudioMemo del iPhone con el que siempre grabo las entrevistas.
Vuelta atrás. De nuevo la sonrisa gigante de la chica. La mesa. El pasillo largo y estrecho. Y la puerta traslúcida que se cierra tras nosotros. Luego, la calle. Decidimos no buscar más y nos quedamos en la terraza del bar El Lagartijo, junto a la Academia. Pedimos algo. Empiezo a grabar. Por fin.