La primera vez que Tximo Gracia se presentó a un premio de escultura lo ganó. Fue en el 89 Salón de Otoño. No fue el único premio que se dio aquella tarde, pero su pieza Génesis 2 fue uno de ellos. Después se presentó a otro y también lo ganó. Era la V edición de Solo Arte, un concurso organizado por la Asociación Española de Pintores y Escultores. Su Toro 10 se llevó el primer premio. “Era una medallita y un abrazo, ¿vale?”, dice quitándose mérito. Hace apenas un par de meses se presentó a otro. Esta vez no lo ganó, pero fue elegido entre las 50 mejores obras. Había más de 700. No era un premio cualquiera. Se trataba del Premio Reina Sofía de Pintura y Escultura. Uno de los grandes, sino el más grande, de la especialidad.
—Me presenté con dos obras. Tenía los números 260 y 261. Eran las esculturas del toro y el caballo. Era la primera vez que me presentaba a un gran premio, bueno, no, la segunda. Y ¡pum!
El caballo no fue elegido. El toro sí. Tximo Gracia habla como si aún no comprendiese el porqué de esa decisión.
—Siempre pensé que de elegir alguno elegirían el caballo y fíjate.
Semanas después, durante la exposición de las piezas en la Casa de Vacas del Retiro Madrileño, a la que asistió la Reina Doña Sofía, uno de los jueces se lo explicó rápido y sin tapujos. Lo que le dijo no me lo dice, pero Tximo lo comprendió al instante. Aún así, sigue dándole vueltas.
—¿Qué quieres transmitir?
—Mira, el toro es un toro. ¿Te gustan los toros? ¿Te gustan? ¿Sí? Pues ya está. Podría largarte el rollo este de la materia oscura hipermétrope, coger una obra y revestirla de palabrería, pero no hago eso. Aprendí una cosa de un amigo escultor. Me dijo: mira, la interpretación de una obra, cuando uno la termina y la muestra, a partir de ahí es propiedad del espectador y de su interpretación. Y no puedes hacer nada. Por mucho que le cuentes que esta forma es así, que querías decir no sé qué, al final, el espectador se quedará con la impresión que le dé la gana. Es evidente que el toro es un toro, no hay dudas. Si luego tú quieres darle otra interpretación, eso ya es cosa tuya. No, no hay un mensaje.
—No hay mensaje entonces
—Pues no, no hay mensaje ni manifiesto detrás de estas obras. Mira, una vez trabajaba en una escultura con la que quería imitar El sueño de Dalí. Ya sabes, el cuadro. Y es que te tienes que reír de ti mismo. Un día, cuando ya casi lo tenía, vino a verme un proveedor de herramientas, lo vio y dijo, qué, ¿estás haciendo un jamón? Y dije, hostias, pues tienes toda la razón, macho. Lo que para mí era El sueño de Dalí para él era un jamón.
Me lo enseña y, sí, he de reconocer que parece un jamón.
—A eso voy. Tú podrás decir que es El sueño de Dalí, pero para el tío que lo ve es un jamón. ¿Conoces la frase de Picasso? Sí, esa que dice que cuando se reúnen los críticos hablan de estructuras y no sé qué leches, pero cuando se reúnen los artistas hablan de dónde pueden comprar pintura barata. Hay mucha paja mental.