Una llamada de teléfono y un no por respuesta
El Centro Cultural se inauguró. Hubo aplausos, abrazos y alabanzas pero también un cierto sentimiento de desazón. Porque fue ahí, en los meses que transcurren entre la apertura del centro y la llamada que el alcalde Luis Partida hace una mañana de un día cualquiera a De Churtichaga, cuando germina la idea de construir una nueva biblioteca.
“Le dije que no”, reconoce el arquitecto convencido de que tomó la decisión correcta. No a una propuesta que pretendía, o bien ampliar el centro, o bien subir la altura de la torre.
Aprende, Kipling, he ahí un buen discípulo. Porque la negativa de De Churtichaga se fundamentaba en un doble motivo: que eso no se le hace a nadie y menos al maestro que se admira; y que, de hacerse, sería una chapuza que solo serviría para desgraciar el edificio ya existente. Ahí quedó la cosa.
El alcalde debió darle vueltas a aquello y meses después, otra mañana de otro día cualquiera, volvió a descolgar el teléfono —sí, Kipling, sí, descolgó, que entonces se colgaban y se descolgaban los teléfonos— y llamó de nuevo a De Churtichaga. Esta vez la propuesta era diferente: se construiría una nueva biblioteca y quería que la hiciese él.
De Churtichaga, ya arquitecto, se había unido sentimental y profesionalmente a la también arquitecto Cayetana De la Quadra-Salcedo y andaba poniendo en marcha un estudio. La propuesta le llegó como caída del cielo. Un edificio de casi 1.000 m2 —936 m2 para ser exactos— y un presupuesto que rondaba los 1,5 millones de euros era algo que no se presentaba todos los días. Pero no era tan sencillo: había que sacar el proyecto a concurso público, con lo que eso suponía. O no, porque en aquellos días las administraciones disponían —y todavía hoy disponen— de un as en la manga: los llamados contratos directos.
La ley impedía —e impide— trocear un contrato grande en otros pequeños para así poder otorgarlos a dedo, pero no que el interesado aceptase el encargo adaptando sus honorarios al máximo que este tipo de contratos permitía, que entonces rondaba los 10.000 € —el artículo 118.3 de la Ley de Contratos está abierto a interpretaciones diversas. Lo sé bien porque también lo he vivido, Kipling, pero te lo cuento otro día—. “Fue nuestra primera oportunidad profesional y aceptamos. No me arrepiento. Es el proyecto al que más cariño tengo”, reconoce De Churtichaga.
Me ha encantado este artículo; interesante, ameno, técnico y emotivo.
Enhorabuena.
Mil gracias, Berta.
Amena y muy interesante este retrospectiva de la biblioteca, Julián, gracias por tu labor 🙂
Me alegro de que te guste. Son historias que si no se recuperan terminan por perderse.