Biblioteca Municipal Fernando Lázaro Carreter: la desconocida historia de una negativa

La Biblioteca Fernando Lázaro Carreter ha cumplido veinte años. Su construcción no solo fue pionera por el uso de nuevos elementos constructivos, también sentó las bases técnicas y estéticas para futuras actuaciones en el municipio. He hablado con sus autores, los arquitectos José María De Churtichaga y Cayetana De la Quadra-Salcedo, que me cuentan cómo se embarcaron en una obra que nació de una negativa y se convirtió en una genialidad fruto de la pasión y el atrevimiento.

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Cerámica, acero y mortero

Había que estar encima. Fue una obra muy dura desde el punto de vista de la dirección”, recalca De Churtichaga. Porque en este edificio, Kipling, no hay falsos techos ni dobles muros. La estructura y el acabado se hicieron al mismo tiempo. Los enchufes, el aire acondicionado, la protección contra incendios… Todo tenía que estar pensado, proyectado y ejecutado desde el inicio, sin posibilidad de replanteo. “La obra se convirtió en una obsesión. Iba dos, tres, cuatro y hasta cinco veces por semana”, dice De Churtichaga.

Sin embargo, y a pesar de todo, nada más empezar surgieron los problemas. Los datos que daba el estudio geotécnico resultaron erróneos. El lugar formaba una vaguada, como el desagüe de un pequeño arroyo, y el “pinchazo” del que se extrajeron los cálculos para la cimentación se había realizado en una zona de relleno.  

Aquello supuso no solo modificar toda la cimentación, sino también un cambio en el presupuesto. Casi un año tardó la Comunidad de Madrid en dar el visto bueno.

Entre el momento en que Luis Partida descolgó el teléfono hasta que la obra estuvo terminada transcurrieron cinco años. De obras, lo que se dice obras, fueron más de dos años y medio. Kipling se mueve inquieto, como si comprendiese el significado del tiempo. Déjame que te explique, le digo, no seas impaciente.

La razón se encuentra en la técnica arquitectónica empleada. De Churtichaga y De la Quadra-Salcedo, en uno de esos alardes de osadía que solo permite la juventud, habían elegido la cerámica armada como elemento constructivo, un material nuevo formado por el trinomio cerámica-acero-mortero. Una genialidad nacida de la admiración y el atrevimiento. Una genialidad, sí, pero una genialidad contrastada y probada.

Los arquitectos eligieron la cerámica armada como elemento constructivo, un nuevo material formado por trinomio cerámica-acero-mortero

No me mires así, te explico. Sí, anda, siéntate, que esto exige contexto. No, no me lo sé de memoria, lo he leído, que por algo yo puedo entrar en las bibliotecas. Ofendido, Kipling, se gira ofreciéndome el trasero, lo que interpreto como una queja y me disculpo. Lo hago por educación que no por convencimiento. Y prosigo.

Le digo que el primer caso de uso consciente y documentado de la cerámica armada fue una modesta chimenea de fábrica allá por 1813. Que el mismo ingeniero que la levantó, un tal Marc Isambrad Brunei, empleó también la técnica para construir un túnel bajo el Támesis, pero que fue el español Rafael Guastavino —sí, el de “A prueba de fuego”, el libro de nuestro amigo Javier Moro. ¡Ay, Kipling, cómo te gusta presumir de conocidos, sobre todo si son escritores!— quien depura la técnica y patenta un método de refuerzo metálico para elementos tabicados cerámicos.

Pero que el verdadero genio, el que dota a la cerámica armada de posibilidades estructurales inconcebibles, fue el ingeniero uruguayo Eladio Dieste.

De Churtichaga, que es muy mitómano y puede llegar a ser muy insistente cuando se trata de aprender de alguien que admira, no se amedrentó ante la genialidad del genio y un buen día lo llamó por teléfono. Hablaba desde Argentina, donde andaba de cooperante; el otro le escuchaba desde Uruguay. La distancia no fue un obstáculo. De Churtichaga se subió a un avión y se plantó en Montevideo. Dieste, un hombre ya muy mayor —nacido en 1917— lo esperó en el aeropuerto, y con la modestia que destilan los grandes que no se sienten grandes, le ofreció al joven un tour privado de tres días por todas sus obras.

“Volví a España obsesionado con hacer experimentos de cerámica armada”, me confiesa De Churtichaga, al que se le acelera el corazón al recordarlo. Dieste no solo había demostrado en sus edificios las posibilidades “casi mágicas” del sistema, sino que además suministró la base teórica y de cálculo necesarias para afrontarlo.

Interior de la Biblioteca Municipal Fernando Lázaro Carreter. ©YOURHOMETOWN

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