Una puerta de entrada desde la Universidad
Por su ubicación, De Churtichaga y De la Quadra-Salcedo entendieron que la construcción de la nueva biblioteca podía funcionar como una puerta. Kipling da un respingo y me mira con sus ojos saltones, como de rana amazónica o de Marty Feldman, el Igor de El jovencito Frankenstein. Lo tranquilizo con una caricia rápida y le digo que sí, que entonces el Centro Cultural y el espacio que hoy alberga la biblioteca eran la periferia urbanística del pueblo. Más allá solo había un parque lineal y la Universidad. Así crecen los pueblos españoles: empiezan por una célula y en torno a ella se desarrollan concéntricamente. Ampliación tras ampliación. La última supera a la anterior.
La biblioteca se concibió, por tanto, como la puerta de entrada al pueblo desde la Universidad. ¿Entiendes ahora, Kipling, el juego volumétrico del edificio, con tantas esquinas? Mira, fíjate bien: la torre del Centro Cultural coincide exactamente con la torre de la biblioteca. “Había una clara vocación de diálogo entre ambos edificios”, reconoce De Churtichaga.
La cimentación no fue el único problema que los arquitectos tuvieron que afrontar. Esta vez, sin embargo, la suerte se alió con ellos. La cerámica armada no es una técnica fácil, y encontrar una contrata que trabajase con ella era, en aquellos días, casi imposible. No por la técnica en sí, sino porque no se había trabajado casi nunca y las empresas se mostraban incapaces de calcular sus costes y sus rendimientos.
De Churtichaga y De la Quadra-Salcedo localizaron a la cuadrilla que había trabajado en España con Eladio Dieste. Cabbsa, la contrata elegida, se avino a incorporarlos a su equipo. Pronto aprendieron la técnica.
“La cerámica armada impone mucho al principio porque parece que va a requerir una mano de obra brutal, pero en realidad el proceso es un poquito más lento que levantar un muro de ladrillo”, aclara De Churtichaga. Ambos arquitectos me hablan de ladrillos trabados, de tensiones, de morteros y de armaduras, y a mí, que soy de letras, me suena a duelo medieval. Pido que me lo expliquen como lo harían con un niño —o con un perro— y así te lo explico yo, Kipling.
La cerámica armada resolvía algunos problemas de la construcción de forma más económica que el hormigón y, además, acústicamente era mucho mejor
Atento: como en el interior del edificio no hay pilares ni columnas, toda la fachada funciona como una viga. ¿Lo entiendes? No, espera. Piensa en la fachada como en una cartulina —se la dibujo, porque él no es capaz de imaginar—. ¿La ves, Kipling? Bien, ahora le hacemos aquí un hueco para una ventanita. ¿Vale? Perfecto. Ahora la cartulina hace de todo: de estructura, de cerramiento y de acabado. Pues en el edificio igual, solo que la cartulina es más gorda y puede flexionarse y generar tracciones gracias al acero.
Como no tengo claro que lo haya entendido, le confieso que yo también tengo dudas. Para no enredar más le sugiero que se quede con una idea: que la cerámica armada resuelve algunos problemas de la construcción de forma más económica que el hormigón y, además, acústicamente es mucho mejor.
En el interior, la cerámica armada se encaló en blanco para conseguir una mayor difusión de la luz sin perder la textura del ladrillo.
Kipling, que solo es exigente con la comida y las amistades, asiente.
Me ha encantado este artículo; interesante, ameno, técnico y emotivo.
Enhorabuena.
Mil gracias, Berta.
Amena y muy interesante este retrospectiva de la biblioteca, Julián, gracias por tu labor 🙂
Me alegro de que te guste. Son historias que si no se recuperan terminan por perderse.