Hay seres a los que, sin saber muy bien por qué, la providencia les desvela antes de tiempo su futuro. Jesús González Green es uno de ellos. Aún hoy recuerda cómo le contaban que, al nacer, podía escucharse de fondo la letanía de la guerra. Bum, bum, bum. Sonidos que terminarían por hacérsele familiares y que, de una manera u otra, le acompañarán toda la vida.
Aún así, nada hacía pensar que aquel niño sevillano, de campo y sin vínculos con el periodismo, se convertiría un día en uno de los más grandes reporteros de guerra de este país. Un gigante entre una generación de gigantes.
—Pasa, pasa. La voz metálica del telefonillo me invita a entrar.
Estoy en Villafranca del Castillo, en la casa de Jesús González Green y su mujer, Nuria Fernández de Loaysa. Cruzo la puerta exterior y atravieso un jardín asilvestrado. Llamo a otra puerta. Me abre Jesús. “Un segundo” —me dice. Y continua hablando por teléfono.
Jesús González Green parece salido de una novela de Melville. Abundante pelo blanco, largas patillas rematadas por una barba con perilla y sin bigote —Nuria le regaña por no haberse afeitado. “Eso me lo quita Julián con el Photoshop”, dice para tranquilizarla, algo que no hace—, parche negro en el ojo izquierdo. Es la viva imagen del capitán Ahab, salvo por un detalle: le gusta más volar que navegar.
La casa es bonita, con estancias a distintas alturas conectadas por pequeños escalones. Por estos se va a la cocina. Por aquellos al comedor. Por los de aquí al salón. Este es una habitación amplia, de techos altísimos y una enorme cristalera con vistas al jardín asilvestrado. En las paredes color vainilla cuelgan decenas de cuadros y un gran espejo. Plantas y centros de flores le dan un ambiente acogedor, de casa vivida.
Jesús González Green parece salido de una novela de Melville. Abundante pelo blanco, largas patillas rematadas por una barba con perilla y sin bigote, parche negro en el ojo izquierdo. Es la viva imagen del capitán Ahab.
Al fondo, en un rincón que conduce a otra pequeña estancia, está el lugar de trabajo de Jesús. Tiene vistas al jardín y a los libros. A muchos libros. De África, de América, de Oriente Medio… Y a recuerdos de toda una vida de aventuras. Aquí una foto con el líder palestino Yasser Arafat. Allí otra con Husein de Jordania, y otra más con un joven Sadam Husein. Una más con el sha de Persia. También con Miguel de la Quadra Salcedo, gran amigo y compañero. Recuerdos. Buenos recuerdos.
A punto de cumplir los 85 años, Jesús González Green es un tipo con suerte. No lo digo yo, lo dice él. Los años le tratan bien. Salvo por el COVID. Lo pasó sin síntomas pero le ha dejado un difuso cansancio muscular que le obliga a hacer ejercicios diarios para fortalecer las piernas. También una ligerísima falta de aire al respirar. Por lo demás está estupendo. Le molesta, sin embargo, que de un tiempo a esta parte se le olviden las palabras. También la dureza de oído y el incordio del ojo, que tapa con un parche pirata.
No me resisto a preguntarle qué pasó.
—Al principio solía decir que me lo dañé en uno de mis viajes, pero como unas veces decía que había sido en un sitio y otras en otro, ya no digo nada.
La verdadera razón —un desprendimiento de retina— quizá sea menos prosaica. Con ello, él sigue creyendo que el problema del ojo deriva de un masaje a traición que le hicieron en la India, y que la dureza de oído guarda relación con los estallidos de mortero que escuchó de cerca durante la guerra de Iraq.
Maravillosa descripción de la vida de mi hermano Jesús
Muchísimas gracias Julian !!!
Álvaro González Green
Muchas gracias Álvaro por tu comentario. Profesionales como tu hermano Jesús fueron los que nos hicieron a muchos de mi generación querer ser periodistas. Un fuerte abrazo.
Inspiradora la intra historia de este vecino ilustre de Villanueva y gran entrevista; gracias, Julián, por abrirnos una ventana al conocimiento.
Gracias, Virginia!!!