Jesús González Green, el último gran reportero de guerra español

“Pueden ustedes llamarme…”

Jesús González Green nació en 1937, en una casa-chalé que construyera el arquitecto Aníbal González y que el Ayuntamiento de Sevilla salvó in extremis de su demolición en 2017. Su padre, Álvaro González Magro, fue un pequeño burgués, propietario de varias fincas en Sevilla y Granada, con estudios de agricultura en Francia e ideas atrevidas para la época. Ya entonces ensayaba por su cuenta métodos de irrigación copiados de los romanos y los árabes. Su madre, Esperanza Green, era de origen británico. La segunda generación de una familia de ingleses de Jerez que exportaba uvas y vinos a Centroamérica.

La guerra obligó al joven matrimonio a abandonar la finca de Granada donde vivían aislados del mundo y refugiarse en la casa sevillana de los padres de ella. Al terminar la contienda civil, Esperanza Green se negó a volver. La reconstrucción que llevó aparejada la posguerra hizo que se crearan las llamadas Escuelas de Agricultura o Granja-Escuelas, y a Álvaro González Magro, dada su experiencia y conocimientos, la Diputación de Sevilla le ofreció poner en marcha una. Se la llamó el Cortijo del Cuarto.

Allí se crió Jesús.

—A mí me llevaban al colegio —La Salle, en Heliópolis— a caballo. El guarda me ponía delante, en un canastito, con mi tortillita, y así iba yo.

Jesús González Green fue un niño inquieto. Tanto que los maristas terminaron por cansarse de sus travesuras. A los 14 años acabó en un correccional de los padres Capuchinos cerca de Dos Hermanas. Contra pronóstico, el sitio, lejos de malearlo, le encauzó la vida. Gracias en parte a un cura boxeador —amigo del campeón de España de los pesos pesados Paulino Uzcudun—, una especie de John Wayne en “Un hombre tranquilo”, que además de aclararle las ideas le enseñó a boxear.

—No solo a mí, a un grupo de chicos, entre los que también estaba el actor Juan Luis Galiardo. Le queríamos muchísimo, pero el hombre era duro. Años más tarde me casó.

Aquello le gustó tanto que, acabado el trabajo, se quedó.

—Era muy fácil vivir en Guinea. Podría haberme quedado mucho más, porque el trato que te daban era estupendo.

Allí conoció a Nuria Fernández de Loaysa, su actual mujer. Su padre era comandante de Marina y una de las tres autoridades de la isla. El inicio de la relación formal coincidió con la llegada de una beca del Instituto de Colaboración para viajar a Estados Unidos. Y Jesús González Green la cazó al vuelo. Era principios de los años 60 del siglo pasado.

—Recorrí primero toda la costa oeste, luego fui al este, a la American University, para recibir un curso de inglés de un mes. Como al terminar el mes no lo dominaba, me dieron otro. Al final estuve seis.

De aquella experiencia, le quedó claro una cosa: viajar era mucho más divertido que el campo. Y cuando regresó a España decidió buscar un trabajo donde pudiese hacerlo.