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Jesús González Green, el último gran reportero de guerra español

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Moby Dick no te busca. ¡Eres tú quien la persigue, insensato!

Unas gafas de piloto y una cazadora de aviador fueron su primer contacto con el mundo de la aviación. Apenas tenía veinte años. Le gustó tanto la imagen hollywoodiense que ofrecían aquellos aviadores, enviados para animar a los estudiantes a alistarse en las milicias universitarias, que no lo dudó. Se inició primero como piloto de motor. Lo hizo con la Bücker-131, una avioneta de doble ala de la que conserva en la pared una enorme hélice de madera.

            —La estrelló un amigo.

Pasó luego al vuelo sin motor y después al paracaidismo. No hizo helicóptero porque entonces era carísimo. Y de forma natural llegó al globo. En España no existía aún esta modalidad, por lo que tuvo que marchar a Inglaterra y conseguir allí la licencia. Dos años tuvo que esperar para que le permitieran volar de manera legal. Su primer vuelo autorizado lo hizo en el campo del INEF, en la Ciudad Universitaria de Madrid. El viento lo condujo hasta El Pardo donde, sin saberlo en un primer momento, interrumpió la partida de golf que Franco jugaba.

—Vi que aquel grupo se juntaba y cómo los guardias civiles rodeaban a un hombre que resultó ser Franco. Jesús, mi hijo mayor, que tenía seis años, iba conmigo. Yo le decía: saluda, Jesús, saluda. Al ministro Cuadra Medina, que me había autorizado el vuelo, lo llamaron a Cuatro Vientos. Estaba también jugando al golf, y cuando le dijeron que había volado sobre Franco, del cabreo que cogió dobló el bastón. Me prohibieron volar durante seis meses.

En su barquilla subieron grandes personalidades. Al escritor Camilo José Cela lo recuerda con cariño. Escribía Nuevo viaje a la Alcarria y quería hacer algunas etapas en globo. Volaron sobre las Tetas de Viana y durante este vuelo, y otros que vinieron más tarde, se hicieron buenos amigos.

En 1992 realizó el vuelo que lo hizo mundialmente famoso. Seis días de navegación le bastaron —a él y a Tomás Feliú— para batir 16 récords mundiales. Una travesía de 5.000 kilómetros, un vuelo inolvidable que les llevó a cruzar el Atlántico de este a oeste por primera vez en la historia.

Durante este viaje murió otra vez, pero esto lo he leído porque él no me lo cuenta. Una tormenta espantosa, de gran aparato eléctrico, estuvo a punto de arrojarlos al mar. La barquilla del globo rozó en varias ocasiones la cresta de las olas, pero lograron superarlo y alcanzar tierra en Venezuela.

No fue el único prodigio como aeronauta. Cuatro años más tarde, en 1996, realizó la travesía de los Andes. Durante el viaje surgieron todo tipo de problemas inesperados: un seguro mal cerrado, más peso del recomendado, un consumo de gas excesivo, un velcro que se despega… A 8.000 metros de altura saltaron las alarmas. La falta de oxígeno provocó el desmayo de uno de los cuatro pasajeros, y la pérdida de presión hizo que otro tuviera que saltar en paracaídas.

Me señala un libro reciente donde se habla de la hazaña. Se levanta del sillón para mostrármelo, pero le cuesta hacerlo. Lo dejamos para después.

—En el globo conocíamos los riesgos y sabíamos cómo evitarlos. No es como en la guerra, donde no controlas nada. Hubo tres o cuatro intentos antes que el nuestro, pero solo nosotros lo logramos.

            —¿Te sientes privilegiado?

He sido testigo de un siglo, lo he visto y lo he vivido desde dentro. Lo vivía tanto que en ocasiones hasta me molestaba ponerme a trabajar. Te diría que durante mis viajes me sentía, más que periodista, casi un embajador. También he sentido mucha indignación y mucha impotencia por lo que veía. Entonces ni podía ni convenía hacer nada. Ahora pienso qué vida habría llevado de seguir siendo perito agrícola.

—¿Echas de menos esa vida?

—La verdad es que sí.

Pero lo dice sin nostalgia. Reconoce que ha sido una vida divertida e interesante de la que, como decía el escritor Rudyard Kipling, ha vivido los 60 sabrosos segundos que tiene un minuto. Y porque en el fondo, sostiene, morirse no es para tanto. Lo dice él, que ha muerto cinco veces.

Las cursivas están sacadas del libro “Moby Dick”, de Herman Melville. Penguin Clásicos.

JULIÁN DUEÑAS

Licenciado en Periodismo y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid, Máster en Dirección de Comunicación y Publicidad por ESIC. Profesional con 30 años de experiencia, los últimos 15 de ellos como director de la revista GEO, puesto que simultaneó durante otros cinco años con la dirección de la revista gastronómica BEEF! La publicación fue galardonada con el Premio Nacional de Gastronomía bajo su dirección. Es miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM).

4 Comments

  1. Maravillosa descripción de la vida de mi hermano Jesús
    Muchísimas gracias Julian !!!
    Álvaro González Green

    • Muchas gracias Álvaro por tu comentario. Profesionales como tu hermano Jesús fueron los que nos hicieron a muchos de mi generación querer ser periodistas. Un fuerte abrazo.

  2. Inspiradora la intra historia de este vecino ilustre de Villanueva y gran entrevista; gracias, Julián, por abrirnos una ventana al conocimiento.

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