“El drama ha terminado. ¿Es posible que alguien se adelante? Sí, porque alguien ha sobrevivido a la destrucción.”
El tipo más valiente que he conocido. Más incluso que De la Quadra”. La sentencia no la leí, la escuché. Y no de un cualquiera, sino de otro gigante. Me la dijo el periodista y reportero César Pérez de Tuleda, a quien saludé hace unos días en su casa de Torrelodones.
Suena en el móvil. De tono está puesto el toque fúnebre de trompeta. Genio y figura.
—Disculpa —me dice. Que llamen más tarde.
En 1971 se convierte en reportero de guerra. No fue algo previsto, simplemente ocurrió. Le dijeron que fuera a la guerra y él fue. Durante esos años el país empezaba a abrirse al mundo y la información internacional estaba por explorar.
—La guerra es una cosa tan grande, tan inmensa. Eclipsaba cualquier otra noticia. Entonces era un terreno virgen. Ni los jefes conocían dónde íbamos. Confundían Libia con Líbano. Para nosotros la guerra era un desafío, porque te prohibían todo y la mayor satisfacción era lograr entrar.
El primer conflicto bélico al que viajó fue a la guerra civil de Yemen del Norte, una guerra que llevaba librándose años. Asegura que no se enteró de nada y que le salvó la vistosidad del lugar, con esos trajes de colores, que lo hacía todo muy espectacular.
Al Yemen le siguieron Angola, Mozambique, Irán, Afganistán, El Salvador, Nicaragua, Zaire…
En casa sus salidas no suponían un trauma; se acostumbraron a verlo ir y venir de una guerra a otra. Incluso una vez Nuria le acompañó. Fue en Rodesia. Sus hijos —tiene cuatro, dos chicas y dos chicos— terminaron poniendo a los perros de la familia el nombre de cada conflicto al que iba.
En otra ocasión, un reportaje se complicó. Cuando regresó se encontró que su casa de siempre ya no era la suya. Nuria había encontrado otra en Valdemorillo, en la calle del Pozo, y se había ido allí con los niños. En aquella casa estuvieron un año. Después compraron esta de Villafranca del Castillo en la que viven.
—Teníamos un terreno en La Raya del Palancar, pero lo vendimos y compramos esta casa. Debía ser 1972, como mucho 1973. Fue una aventura, porque estaba en muy mal estado. Por aquí vivían ya entonces varios periodistas, pero no había los atascos de ahora.
Si ir a las guerras se convirtió en una decisión personal, regresar era una cuestión de suerte. Doble suerte, dice. Una por estar en el sitio correcto cuando ocurría algo interesante; la otra por salir vivo de allí y poder contarlo.
—Al principio vas con mucho cuidado, ves los muertos y es un horror, pero luego se va asimilando, te acostumbras. La tensión la llevas siempre, el miedo está, serías un necio si no lo tuvieses. Sabes que te pueden matar y vives con ello. Por eso me sorprende cuando ahora muere un periodista y la familia se pone como una fiera. Comprendo su sentimiento, pero cuando vas a una guerra sabes dónde te metes. Y eso que cuando fuimos nosotros todavía no habían matado a ningún periodista de TVE. Luego mataron a cuatro o cinco.
Uno de ellos pudo ser él. De hecho, Jesús González Green ha muerto en cinco ocasiones, pero a mí solo me cuenta una y me esboza otra. La primera fue en el Zaire, durante la conocida como Primera Guerra de Shaba, donde creyó morir de verdad al ser confundido con mercenarios cubanos aliados de los rebeldes de Katanga.
Jesús González Green ha muerto en cinco ocasiones, pero a mí solo me cuenta una y me esboza otra
Corría el año 1977 y acaban de entrar en el país sin permiso. Con él viajaban Benito Iglesias, José Manuel Reverte y Javier Llamas, además del periodista inglés Colin Smith, del diario The Observer —por quien Jesús siente gran admiración— y otros dos periodistas alemanes de Der Spielgel.
—Cuando vi que los soldados se colocaban frente a nosotros y el teniente sacaba su pistola, acepté que nos iban a matar. Fue un alivio, un descanso fenomenal. Antes quise gritar, llorar, de todo, pero al final comprendí que no teníamos salvación. Estábamos en medio del campo, aislados, sin posibilidad de llamar al embajador y en manos de un teniente que tenía total autoridad. No había salida. Yo creo que buscaban una noticia internacional, de impacto.
Con la muerte susurrándole al oído aún tuvo el coraje de sonreír. Fue una sonrisa resignada, pero una sonrisa al fin y al cabo. Se la sacó el inglés Smith cuando, esperando el momento de ser ajusticiados, con toda la flema británica que la situación permitía, le espetó: me voy tranquilo, muero junto a Jesús.
No lo hizo.
La suerte, una vez más, les salvó la vida en el último momento. La llegada del avión presidencial, identificable por el dibujo de dos leopardos en el fuselaje, detuvo la ejecución y una serie de carambolas posteriores hizo que esta ya no se produjese.
—Fue un milagro. Si ese avión tarda diez minutos más estaríamos muertos. Y que había con nosotros un inglés, por que Inglaterra cuida de sus ciudadanos. Luego supe que el embajador español ya había contratado los servicios de un embalsamador y tenía preparado cuatro ataúdes.
Vivir estas situaciones le llevó a replantearse su trabajo. Pero no en la manera que podríamos imaginar, sino en la de considerar arriesgar “un poco menos”.
—Al final lo echas de menos y vuelves. La descarga de adrenalina, esas situaciones que vives… Le ocurre a los toreros también. Se retiran pero luego vuelven porque no pueden vivir sin ella. Y como que te maten en una guerra es tan improbable.
En las guerras modernas la posibilidad no es tan remota, le digo. Los periodistas se han convertido en objetivos y hoy no hay guerra sin víctimas entre los informadores. No le impresiona. Le choca, sin embargo, el protagonismo actual de los periodistas. Entonces era impensable. A ellos apenas se les llegaba a ver, y cuando aparecían era de espaldas. El verdadero interés estaba en el entrevistado y no en el entrevistador.
—¿Cómo ves desde el punto de vista profesional la guerra de Ucrania?
—Es como una guerra de cine. Todo el mundo entusiasmado con defender a los ucranianos. Que si el campeón de tenis cuelga la raqueta y se va al frente, que sí tal y cual… Pero no tenemos una idea clara de lo que pasa. A nivel periodístico es muy interesante. Yo hubiera intentando seguir a Zelenski, estar con él. Y también con los rusos. No veo periodistas siguiendo la ofensiva rusa. Pero no sé mucho de esta zona del mundo. Mi especialidad es Oriente Medio.
Lo fue, en verdad. Allí murió por segunda vez. Ocurrió durante la guerra del Yom Kippur, en octubre de 1973, un conflicto que enfrentó a israelíes con sirios y egipcios. Un equipo de TVE, con él al frente, viajó a Egipto para cubrir la información desde aquel lado; otro, con Miguel de la Quadra, hizo lo mismo desde el lado israelí.
Acompañaba a los tanques egipcios cuando los aviones Phantom israelíes atacaron la columna. Las imágenes que tomó su cámara Tacho De la Calle lo muestran, primero tranquilo, en pleno trabajo, entrevistando a Vicente Talón, otro conocido reportero. Después se desencadena el caos. Él tirado sobre la arena, con las bombas israelíes cayendo a su alrededor como gotas de lluvia en el suelo reseco, la cámara enfocando de un lado a otro, sin un objetivo fijo. Se ven columnas de humo levantándose a lo lejos, a la cámara tratando de seguir el vuelo de los aviones. Son apenas dos minutos de grabación, tiempo suficiente para comprender la gravedad del momento.
Y así durante 26 años. Pasando de una guerra a otra, de un programa a otro.
—El programa en realidad era siempre el mismo, pero le cambiaban el nombre. Éramos siete u ocho periodistas: Miguel De la Quadra, Ángel Marrero, Alberto Vázquez Figueroa, Enrique Meneses, Pérez Pellón… Cuatro o cinco siempre estábamos en todos los fregados, el resto iba y venía. En un momento dado me ofrecieron irme de corresponsal a un país en Sudamérica, pero aquello implicaba vivir allí y no me interesaba. Mi vida entonces era ideal. Me iba quince días, cuando llegaba me tomaba otros cinco o seis días libres, y como con el tiempo aprendí que no había que llamar a TVE, porque si llamabas te hacían ir, pues me organizaba a mi manera. Trabajaba siempre con los mismos para evitar traiciones. Luego todo se fue deteriorando. Querían que nos quedásemos en la redacción haciendo crónicas políticas. Al final había que tragar.
Y tragó. Hasta que se hartó. Sus relaciones con sus superiores jerárquicos en TVE, primero con Buhíga y luego con Colom, quien le amenazó con mandarlo a realizar trabajos de documentación, le llevaron a abandonar TVE y comenzar una nueva aventura.
Esta vez en el aire.
Maravillosa descripción de la vida de mi hermano Jesús
Muchísimas gracias Julian !!!
Álvaro González Green
Muchas gracias Álvaro por tu comentario. Profesionales como tu hermano Jesús fueron los que nos hicieron a muchos de mi generación querer ser periodistas. Un fuerte abrazo.
Inspiradora la intra historia de este vecino ilustre de Villanueva y gran entrevista; gracias, Julián, por abrirnos una ventana al conocimiento.
Gracias, Virginia!!!