Villanueva de la Cañada, un pueblo devastado… y reconstruido

En octubre de 1939, al poco de acabar la Guerra Civil, la destrucción del casco urbano de Villanueva de la Cañada superaba el 75 %. Entre 1941 y 1946, el Servicio de Regiones Devastadas proyectó su reconstrucción. Se trataba de construir un pueblo modélico que respondiese a los ideales del nuevo Estado. Una historia con final feliz.

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Un nuevo orden ejemplar

Sitúo a Kipling frente al antiguo Ayuntamiento, con su balcón blanco de pregones y sus banderas patrias, y le digo que eche una mirada. Él, obediente, lo hace. Lentamente. Después, me mira como diciendo y ahora qué, y yo le pongo en situación. Le digo que todo esto que ve hace tan solo unos años no existía. Todo el terreno estaba ocupado por unas lagunas que daban al pueblo mucho ruido y algunas enfermedades. Él me mira preguntándose si soy tonto o me lo hago, porque como sabes, los perros tienen poca imaginación y Kipling no es la excepción.

Ignorantón —le digo para picarle—, déjame que te cuente, anda. Y mientras le cuento una historia de devastación y reconstrucción, recorremos el puñado de calles con casas “alegres, sencillas y tradicionales”, un grupo de manzanas con “una imagen cuidada y unitaria, con abundancia de porches y arquerías”, que arropan la iglesia y el Ayuntamiento.

No me extiendo en los detalles bélicos —eso lo dejo para otro paseo—, pero le digo que, aunque no lo crea, aquí hubo una guerra. En realidad, la parte pequeña de una gran batalla de una guerra enorme, y que el pueblo quedó totalmente arrasado. Recalco to-tal-men-te, porque salvo la antigua torre de Don Isidoro Serrano no quedó nada. Absolutamente nada.

Imagen de Villanueva de la Cañada en 1939, tras la contienda. @ A.G.A (tomada de «Historia de una reconstrucción»)

La guerra fue la Guerra Civil; la batalla la de Brunete, que tuvo lugar en julio del 37; y la parte pequeña, el toma y daca de unos y de otros que le tocó a Villanueva de la Cañada. Y para que vea que no miento le doy un dato: ya en octubre del 39, al poco de acabar la guerra, se certificó que la destrucción del casco urbano superaba el 75 %. Eso suponía que el recientemente creado Servicio de Regiones Devastadas —lo hizo en 1938—, encargado de reparar los destrozos ocasionados por la guerra, la declarara “pueblo adoptado”.

Kipling me mira, y como sé por dónde va, le digo que no, que él no es adoptado, que vale, que no le trajo la cigüeña, pero sí los Reyes Magos una Navidad de hace siete años. Como parece tranquilizarse, prosigo.

Para que no pierda el hilo, le aclaro que la figura de “pueblo adoptado” nos convertía automáticamente en sujeto de reconstrucción, y que el nuestro no fue el único pueblo elegido para tan elevado propósito. Otras 208 poblaciones también lo fueron en toda España.

Para hacerse cargo de ellas, se crearon 29 oficinas comarcales dentro de las zonas devastadas. Villanueva de la Cañada, junto a Boadilla del Monte, Quijorna y Villanueva del Pardillo, quedaron sujetas a la Oficina Comarcal de Brunete.

Y hago hincapié en un hecho: por reconstrucción no se entendía levantar lo más rápidamente construcciones aquí y allá, sino crear un nuevo orden ejemplar, una “localidad modelo” en lo social, moral y económico siguiendo un plan perfectamente trazado. Es decir, se trataba de construir un pueblo modélico que respondiese a los ideales del nuevo Estado.

Como no quiero aburrirle —al fin y al cabo es un perrete de siete años y se distrae con facilidad. Además, siempre puede consultar un texto excelente titulado “Breve historia de una reconstrucción”, de Cayetana De la Quadra-Salcedo— no me extiendo más.

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