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Federico Corasaniti, el hombre que sostuvo en sus manos el corazón de Maradona

Al cumplirse dos años de la muerte del astro argentino Diego Armando Maradona y en plena euforia del Mundial de Qatar, hablo con el médico forense que le realizó la autopsia. Después de unas horas con él, no sé si esta historia le cambió la vida o ya quería cambiarla de antes. Lo que sí sé es que ha sido diferente. Tanto que 18 meses después abandonó su oficio, agarró a su familia y vino a Villanueva de la Cañada para abrir un café-bar donde sirve desayunos a dos euros, milanesas con papas fritas y cócteles Moscow Mule.

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En la morgue fumaba en pipa

Sobre la mesa alta hay una bolsa de tabaco de liar de la marca Flandria Sauvage de 30 gramos, de sabor equilibrado, combustión media y origen natural, con la inscripción “Fumar obstruye las arterias”. Señalo sin intención el absurdo del médico fumador. “Es el único vicio que no tiene contraprestación —me dice—. El tabaco no te da nada, solo mal aliento. A mis pacientes siempre les recomendé no hacerlo. Pero hay tantas formas de morir que no creo que sea la peor”.

También hay una maquinita de liar con dos cilindros y un encendedor.

Federico Corasaniti comenzó a fumar cigarrillos liados en la pandemia, cuando el desabastecimiento lo dejó sin cajetillas. Se acostumbró entonces y aún sigue. Observo sus manos de fumador. Cuando pienso en las manos de un médico forense —si es que alguna vez pienso en ellas—imagino, no sé por qué, las manos de un pianista. Blancas, finas, de dedos largos. Las de Federico Corasaniti son manos de médico forense. Y no son blancas ni finas ni de dedos largos.

—Empecé a trabajar a los 12 años. He sido verdulero, frutero, achurero. Ataba chorizos. También he sido heladero. Para aportar a casa. Para poder estudiar. Nací en una familia humilde. Cuando mi padre se fue de casa, mi madre tenía 26 años y cuatro hijos. El más chiquito de dos y la mayor, Patricia, de seis o siete. Entró en un pozo depresivo y era cuasi espectro. Como un fantasma. Durante años fue así. Empastillada. Uno se pregunta cómo está vivo todavía. Porque nos hemos criado prácticamente solos. Recuerdo que en la crisis de la hiperinflación, año 84, 86, por ahí, comíamos una vez al día. Unas galletas marineras y un mate cocido, cuando había leche con leche, y si no un mate cocido solo.

—No quiero interrumpir —dice Carolina—. Los ajos ¿los revuelvo?

—Andá moviéndolo cada tanto.

—¿Con la cuchara?

—Con la de madera. 40 minutos son suficientes. Está puesto el timer.

Federico Corasaniti habla sin subir el tono, las frases precisas, las palabras justas. Da una calada profunda. Luego otra. Sus silencios cortan el aire como un bisturí: son quirúrgicos, reflexivos. Entorna los ojos por el humo. No le cuesta recordar. Es como si ya hubiese recordado muchas veces antes.

—Una vez mi abuelo, el papá de mi mamá, nos trajo diez bolsas de papas. Estuvimos comiendo papas durante cuatro meses. Pero los sábados comíamos, allá se dice chinchulín, la tripa de la vaca, el intestino. No teníamos luz, no teníamos gas porque nos lo habían cortado. Mi mamá nos hacía el chinchulín en esas estufas de dos velitas. Ahí ponía una plancha. ¿Pero sabés qué? La recuerdo como una época feliz. Nos teníamos a nosotros. Con mis hermanos la pasamos bien. Uno siempre tiende a idealizar el pasado, está en la naturaleza humana. Escuchas a los ancianos, a los viejitos, que dicen no porque en mi época esto no pasaba… pero, a ver, acá tuvieron una guerra civil, se mataban entre ellos y fusilaban y desaparecían. No sé si el tiempo pasado fue mejor. Fue diferente, punto.

Los años de adolescencia son más oscuros, difusos, casi nebulosos. Las palabras, parcas. La ausencia del padre, un señor con empresas y mucho dinero que se fue a vivir primero a Nueva York y luego a París. El abandonó del colegio. Los diferentes trabajos. Primero en una verdulería; después, en la churrería de una tía en La Plata. Luego en Buenos Aires, en varias heladerías. Regresa al colegio y hace los tres años del Secundario en uno. Decide estudiar medicina.

—Me puse de novio con Caro a los 14 años. La madre de Caro es médica y el papá también. La mamá es pediatra, el papá psiquiatra. Estaban separados… Solo conocí al padre, Carlos. Ya falleció. Era psiquiatra del Hospital Militar Central. Trataba todo lo de la guerra de las Malvinas. Yo sentía admiración por Carlos, este, por su intelecto. Era una persona brillante, intelectualmente brillante. Creo que por eso, por el papá de Carolina, me volqué a la medicina.

Empezó como patólogo haciendo las autopsias en el hospital. Le fascinaba. Hacer hablar a los cuerpos era para él un desafío, como hacer un crucigrama de palabras cruzadas. No paraba hasta conseguir lo que quería saber, de cabezón que era. Pero hacer autopsias no era ser forense. Para serlo necesitaba una especialidad previa. Una especialidad y cinco años de recibido.. Por eso hizo la residencia —lo que aquí llamamos MIR— en medicina Familiar. Completó después la especialidad de cuatro años en un gran hospital y, pasado otro más, se decantó por la Medicina Legal. Haciendo el posgrado concursó para la policía científica. Entró.

—Sabés, en la morgue fumaba en pipa. Una Savinelli. No sé por qué, pero la pipa ayuda a la concentración. La tenía apagada durante tres, cuatro horas. Prendía una bocanada y así otras tres o cuatro horas. Este —muestra el pitillo encendido—, este es nervioso.


JULIÁN DUEÑAS

Licenciado en Periodismo y Máster en Escritura Creativa por la Universidad Complutense de Madrid, Máster en Dirección de Comunicación y Publicidad por ESIC. Profesional con 30 años de experiencia, los últimos 15 de ellos como director de la revista GEO, puesto que simultaneó durante otros cinco años con la dirección de la revista gastronómica BEEF! La publicación fue galardonada con el Premio Nacional de Gastronomía bajo su dirección. Es miembro de la Asociación de la Prensa de Madrid (APM).

7 Comments

  1. Conozco a Fede y a Caro ,hace años . Fede tuvo casos emblemáticos y en autopistas que fueron cruciales para definir desde un asesinato,hasta clarificar un accidente. Cómo diríamos en Argentina un profesional elite . Caro fue la pediatra de uno de mis hijos ….. Para los que estamos en nuestra tierra fue una gran sorpresa la decisión que tomaron y lo digo desde un círculo muy íntimo. Las oportunidades y los frutos de aquellos que lo han dejado todo a nivel profesional y como persona ,hoy por hoy es una asignatura pendiente en nuestro bendito país . Hace que aquellos que tengan la oportunidad de probar aires nuevos ,le dé un sentido a la vida .

    Si llegas a tener la oportunidad de volver a verlos , porfavor diles que desde el fin del mundo,en un lugar llamado Don Torcuato,partido de Tigre , Buenos Aires, Argentina.
    Emiliano Salas pudo leer su historia.

    Abrazo gigante

  2. Julian, hacia tiempo que no leia algo como a mi gusta. Me ha fascinado la forma de contar la historia, ampliamente descriptiva, jugando a la rayuela en la frontera de la informacion y la narrativa. He viajado por un ratito a un policial el cual confidente de gafas oscuras y casi proscrito revela datos a un periodista que busca su Watergate. Gracias y felicitaciones!

  3. Estimado Julián! Que profunda esa descripción de ese ser humano tan cálido como lo es Federico. Hombre de gran corazón, compañero, siempre con las palabras justas. Tambien he tenido el placer de trabajar con él. Era un gusto para mí aprender desde su conocimiento. Cómo decimos en Argentina, es un crack! Caro, muy amable las veces que la traté. A muchos nos dió tristeza absoluta cuando supimos que emprenderia nuevos aires. Fue su decisión. Nadie lo aceptaba, bajo ningún punto de vista que él nos dejara casi desolados. En fin. Quedé apenada pero feliz por saber que él y su familia están bien. Dile por favor Julián, que aquí se lo extraña a horrores . Envíale de mi parte, Flavia y de mi hija Sofía, que vivirá en nuestros corazones eternamente. Y tú, un periodista de la hostia. Mil felicitaciones por la entrevista.

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